Venezuela y la política electoral irracional de Trump
Por Jorge Arreaza Montserrat
Desde Caracas, Venezuela
Las elecciones siempre tienen un efecto interesante en las políticas públicas, en particular si la persona encargada de diseñar e implementar una determinada estrategia está compitiendo para la reelección.
En política, es lógico que un candidato decida mostrar medidas y logros exitosos mientras minimiza las fallas o deficiencias. Sin embargo, lo que es irracional es que un candidato insista en presentar, preservar y profundizar una política que ha resultado ser un fracaso, que el propio candidato solo apoya a medias. Este es el caso de la actual política fallida del gobierno de Trump hacia Venezuela, que se está reforzando a pesar de su fracaso, mientras se descarta un enfoque más apropiado: el diálogo.
El 23 de enero de 2019, como señala John Bolton en sus controvertidas memorias, los asesores de Trump presionaron para que el gobierno de EE. UU. reconociera como “presidente interino” a un joven político desconocido, Juan Guaidó, que representaba al partido Voluntad Popular de Leopoldo López, el aliado clave de Washington y que planeó las violentas protestas de 2014 y 2017. En lugar de producir un cambio de gobierno, esta acción llevó a la decisión de Venezuela de romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos. El reconocimiento de Guaidó ha arrastrado al gobierno de Estados Unidos, así como a muchos de sus aliados subordinados, a un camino de fracaso tras fracaso en su política de cambio de régimen. Además, también ha arrastrado al pueblo de Venezuela a través de un bloqueo brutal que ha erosionado sus niveles de vida y ha afectado seriamente su bienestar.
En el transcurso de 2019, el gobierno de Trump imaginó que todo el mundo se sumergiría en un estado colectivo de negación, dejaría de reconocer al gobierno constitucional del presidente Nicolás Maduro y, en cambio, reconocería a Guaidó, quien en la práctica ni siquiera ejerce el control de ninguna institución en Caracas. Un mes después de su autoproclamación, Guaidó, con el apoyo y la propaganda de Estados Unidos, intentó forzar la entrada de la presunta ayuda humanitaria en el país mientras esperaba que las Fuerzas Armadas traicionaran al presidente Maduro. Fallaron. El 30 de abril, Guaidó y López, con el apoyo de sus socios estadounidenses y militares desertores, lideraron un intento de golpe fallido confiando en el apoyo de funcionarios públicos, apoyo que nunca llegó. Esto llevó a Bolton a enviar tuits desesperados y a Elliott Abrams a quejarse porque sus llamadas telefónicas no fueron respondidas. Fracasaron nuevamente.
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Hoy, más de dos tercios de los estados miembros de Naciones Unidas todavía reconocen al gobierno legítimo de Venezuela y es el propio Trump quien está dudando sobre su elección errática de Guaidó.
Sin embargo, el año 2020 llegó con un desafío imprevisto: la pandemia del COVID-19. La apuesta de reelección de Trump no contaba con el grave impacto que tendría esta crisis de salud en uno de los puntos fuertes de su campaña, la economía. Aún menos podría haber imaginado el costo que esta pandemia tendría en toda la población: hasta la fecha, más de 150,000 muertes se han atribuido oficialmente al COVID-19. Una crisis de más de 45 millones de desempleados está afectando gravemente a Estados Unidos. Se han producido protestas masivas en todo el país desde el asesinato de George Floyd, un hombre afroestadounidense, a manos de la policía. Pero son mucho más que protestas contra la discriminación sistémica: son protestas contra un sistema que ha abandonado a la mayoría de sus ciudadanos pobres.
Trump tuvo en sus manos una oportunidad de oro para mostrar liderazgo, admitir las deficiencias del sistema y lanzar un proceso sin precedentes que redirigiría las prioridades de la nación, reduciría la militarización agresiva de la policía y de la política exterior, y crearía una estrategia sólida de ayuda a los trabajadores, además del fortalecimiento del sistema de salud.
En cambio, Trump se hundió en un laberinto donde la desesperación por ganar la reelección nubla su pensamiento y, en lugar de recurrir a una política interna sólida, ha optado por culpar a los enemigos extranjeros y desviar la atención del mal manejo catastrófico de la situación.
Primero, culpó a China y recurrió a una narrativa racista, con aires de la Guerra Fría, como si esto hiciera algo para ayudar a la población estadounidense que sufre. A fines de marzo, a medida que aumentaba el número de muertos, Trump anunció que estaba intensificando su campaña de “máxima presión” contra Venezuela. En menos de una semana, un hombre que ayudó a justificar la invasión de Panamá en 1989 y que ahora dirigía el Departamento de Justicia, presentó acusaciones contra el presidente Maduro y otros líderes de la Revolución Bolivariana por “narcoterrorismo”, creando una recompensa de 15 millones de dólares por la cabeza del presidente Maduro, como en el “salvaje oeste”.
Luego, el Departamento de Estado (cancillería) de Trump, a través de la voz de Elliott Abrams (cuya participación en el escándalo Irán-Contra y la masacre en El Mozote, El Salvador, es notoria), propuso un “marco de transición democrática” basado en el principio de deslegitimar las elecciones democráticas del presidente Maduro en 2018. Ofreció una negociación donde la separación del cargo del mandatario no era negociable. Finalmente, Trump ordenó el mayor despliegue de militares estadounidenses en el Mar Caribe desde la invasión de Panamá, con el pretexto de combatir el narcotráfico desde Venezuela. Esto, en circunstancias en que los registros del Departamento de Defensa de EE. UU. muestran que la ruta principal de las drogas ilegales a los Estados Unidos es a través del Océano Pacífico, en el cual Venezuela no tiene costa.
En mayo, un grupo de mercenarios intentó una incursión en las costas venezolanas. Dos de ellos eran ex boinas verdes de EE. UU. que confesaron haber sido contratados por una empresa de seguridad estadounidense llamada SilverCorp. El CEO de esta firma divulgó un contrato con la firma de Guaidó y sus colaboradores para llevar a cabo acciones en Venezuela destinadas a deponer al presidente Maduro de su cargo y atacar a otros líderes revolucionarios. Esto también fracasó y ha sido seguido por intentos para intimidar y bloquear efectivamente a los socios comerciales de Venezuela para que no envíen productos altamente necesitados, incluida gasolina, que en tiempos de pandemia es clave para transportar suministros médicos, personal y alimentos en todo el país.
Venezuela se ha mantenido firme contra todos estos ataques. La solidaridad internacional de países como Cuba, China, Rusia, Irán y Turquía ha sido clave. Las medidas enérgicas y una población organizada y de espíritu comunitario han permitido que Venezuela siga siendo uno de los países con el menor número de muertes y casos activos de COVID-19 en la región. En marcado contraste, mientras Washington impone la represión a ciudades como Portland (que ha sufrido el despliegue de agentes de la policía federal), los venezolanos volverán a las urnas en diciembre con la esperanza de elegir un Parlamento renovado que refleje mejor las fuerzas políticas en el país. Y con un liderazgo que no esté comprometido con la promoción de sanciones y bloqueos contra su propio país, como lo ha hecho Guaidó.
En la visión distorsionada de la realidad que Trump y sus asesores tienen sobre la coyuntura actual, existe la creencia de que las políticas de línea dura y cambio de régimen contra Venezuela conducirán al éxito electoral en Florida y, por lo tanto, en todo el país. Sin duda que a algunos miembros de la base de apoyo de Trump les gustaría ver un golpe de Estado en Venezuela. Pero después de fracasos tras fracasos, a estas alturas ya debería estar claro que Venezuela no se está moviendo en esa dirección. Seguir intentando soluciones torpes solo repetirá pasadas frustraciones. Una política sólida hacia Venezuela tiene que estar en línea con las aspiraciones del pueblo venezolano y con el interés real del pueblo estadounidense. Los venezolanos quieren paz, diálogo y soluciones políticas.
A Trump le iría mejor si siguiera su instinto inicial de dialogar con el presidente Maduro. Un diálogo respetuoso con Venezuela está más en línea con los intereses del electorado estadounidense. En lugar de gastar el dinero de los contribuyentes estadounidenses en aventuras fallidas y en carteles de drogas inventados, esos fondos podrían gastarse mejor enfrentando la pandemia y otras necesidades de Estados Unidos.
Políticas sólidas son más conducentes a la reelección. Las estrategias de cambio de régimen solo conducirán a más fracasos.
Jorge Arreaza es Ministro de Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela. Este es un artículo exclusivo para el Consejo de Asuntos Hemisféricos, (COHA).
Traducción desde el original en inglés por Patricio Zamorano, Co-Director de COHA y Editor Principal de Español
[Foto principal: Protesta contra la intervención de EE. UU. en Venezuela, frente a la Casa Blanca. Crédito de foto: https://elvertbarnes.com/16March2019)