Cinco preguntas clave sobre Cuba en la actual campaña electoral de EE. UU.
Por Arturo López-Levy
Desde Oakland, California
A lo largo de la primaria del Partido Demócrata para las elecciones de 2020, por primera vez todos los candidatos propusieron una política hacia Cuba en línea con el rumbo de diálogo e intercambio propuesto por el presidente Barack Obama en sus dos últimos años de gestión. Este consenso del Partido Demócrata expresa un rechazo a la política estadounidense de sanciones contra Cuba, por la cual Estados Unidos, además de causar considerable perjuicio y escasez al pueblo cubano, ha entrado en conflicto contra el resto del mundo, incluidos sus aliados más cercanos en Europa y Canadá. Esos países consideran el intercambio y el diálogo con Cuba la mejor forma de promover una inserción amigable de la isla en un orden liberal post-guerra fría.
El consenso en torno a la necesidad de levantar las restricciones actuales al comercio y los viajes no debe confundirse con un diagnóstico común sobre el gobierno de Cuba ni sobre cuál debe ser la mejor política para reemplazar el desmantelamiento de las sanciones. El tema entró temprano a la campaña estadounidense cuando el senador Bernie Sanders (demócrata de Vermont), argumentó a favor de una visión matizada, en la que se evaluarán tanto los rasgos totalitarios del gobierno cubano como sus importantes logros sociales, en salud y educación, que un enfoque integral de derechos humanos apreciaría y buscaría preservar. Esta postura no era nueva en el partido demócrata pues ha sido expresada en una forma u otra por tres expresidentes: Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama.
A pesar de esa realidad, varios de los oponentes de Sanders lo presentaron como un ingenuo desconocedor de las realidades de la isla, cuando en realidad el senador era de los que quizás más ha visitado y estudiado la situación cubana. Otro tanto ha ocurrido con la congresista Karen Bass, líder del caucus afroamericano en la Cámara de Representantes, cuyo nombre fue considerado en la lista corta de posibles candidatas a la vicepresidencia. Bass fue desde 1973, por algunos años, miembro de la Brigada Venceremos y viajó varias veces a la isla, favoreciendo incluso en sus diferentes posiciones legislativas, desde 2004, una política de acercamiento y buena voluntad en la negociación con el gobierno en la Habana.
El cuadro ha sido muy distinto en el Partido Republicano. A pesar de que un sector importante de este partido también considera las sanciones un instrumento desgastado y dañino para los intereses del empresariado estadounidense, y un caso anti-libertario de interferencia gubernamental indebida en los derechos de viaje y empresa del ciudadano por el gobierno de EE. UU., el presidente Trump definió su política hacia Cuba en términos de “mantener al senador Rubio feliz”[1].
El contexto descrito y su análisis más a fondo sirve de marco para plantear importantes preguntas sobre cuáles podrían ser las políticas más probables a adoptar en los diferentes escenarios post-electorales, dependiendo del candidato que alcance la victoria en los comicios de noviembre. A continuación presentamos un análisis sobre la base de cinco preguntas y un grupo de respuestas que podrían servir para estructurar una discusión informada sobre el tema:
1. ¿Qué se puede esperar de una reelección de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. en términos de su política hacia Cuba?
Trump es un presidente peculiar con un gran ego. Su política hacia cualquier país se definirá en gran medida por sus instintos, sus intereses de empresario y su “gran visión” del legado que va a dejar. Como han revelado las memorias recientes del ex asesor de Trump, John Bolton, la posición de “America first” (Estados Unidos, primero) del presidente es apenas un lema, sin mucha coherencia ni reflexión sobre lo que significa implementar una concepción nacionalista. Si se asume como una posición “sistematizada”, es mejor entendida como “América only” (solamente Estados Unidos), una posición unilateral, con la que Trump espera dictarle a un mundo multipolar sus mandatos.
No se puede descartar entonces que Trump continúe por inercia con la misma política hacia Cuba pero tampoco que busque negociar con la isla, una vez retirado Raúl Castro en 2021, si le conviene. Es sabido que antes de ganar la presidencia, incluso en plena primaria del Partido Republicano, envió a varios de sus subordinados a explorar posibilidades de negocios en Cuba a tenor del deshielo de Obama. Hay que agregar que los miembros más pro-embargo de su equipo han sido despedidos (John Bolton) o van de salida (Mauricio Claver Carone). Se mantiene Carlos Trujillo, que ahora estará en el Departamento de Estado como subsecretario para América Latina, una posición clave contra nuevas negociaciones. Pero la máxima de “mantener a Rubio feliz” (frase que se atribuye a Trump para definir la política hacia Cuba), como guía de la política hacia Cuba podría afectarse cuando el senador Rubio (republicano de Florida) inicie su campaña electoral para el años 2024, y trate de mantener alguna distancia de la Casa Blanca.
2. Si el ganador es el ex vicepresidente Biden, ¿se puede esperar un retorno automático a la política de Obama?
Desde el punto de vista más racional, y los intereses nacionales y valores de Estados Unidos, un presidente Biden debería restituir inmediatamente la política de Obama al final de su mandato. Sin embargo, es sintomático que como candidato, Biden no ha hecho énfasis en el tema y ha procurado ganar los votos cubanos en Florida apelando a otros temas de la agenda progresista (empleos, salud). El tema Cuba salió en Miami durante las primarias demócratas por las declaraciones matizadas del senador Bernie Sanders. El senador de Vermont, del ala socialdemócrata, contrastó defectos totalitarios en el sistema político cubano con su favorable desempeño en salud y educación. Biden no vaciló en criticarlo desde la demonización total de la gestión gubernamental cubana prevaleciente en el discurso político de los principales partidos, obviando que la misma posición de Sanders había sido enunciada antes por Obama, Carter y hasta Bill Clinton.
A ese precedente, habría que agregar toda una narrativa dominante en una parte de su círculo de asesores y los organizadores de la campaña demócrata en Florida. Esa posición insiste en presentar el cambio de Obama no como lo que es pertinente a los intereses y valores estadounidenses, o apropiado, según el derecho internacional. Más bien lo plantean como una mera modificación de métodos para lograr los objetivos de cambio de régimen impuestos desde Miami a la isla, que las sanciones no han podido lograr. Hasta Obama usó esa lógica torcida en alguna ocasión.
A estas horas, tal propuesta no tiene ni pies ni cabeza y solo sirve para pagar tributo en los altares de la derecha cubana macartista y confundir a las bases progresistas, sin educar incluso a los liberales anticomunistas en la importancia de romper con un enfoque binario hacia Cuba. Desmantelar todo el legado de la Revolución Cubana e imponer a los herederos de las elites políticas pre-revolucionarias en Cuba es imposible sin una intervención militar estadounidense, un colapso total del gobierno cubano causado por hambre a partir del más inhumano régimen de sanciones, y un baño de sangre. La política de apertura y negociación de Obama iba en otra dirección. En política, quien cambia medios, no puede menos que ajustar fines.
Un matiz en este sentido ha sido la consideración de la congresista Karen Bass (demócrata de California), ex integrante de la Brigada “Venceremos” pero hoy distanciada de esas posiciones más radicales, para la lista corta de la candidatura a la vicepresidencia demócrata. Bass nunca ha dejado de abogar por una política de distensión y diálogo hacia Cuba, con una visión matizada sobre la situación cubana. Su relevancia, como líder del caucus afro-americano en la Cámara de Representantes, en los medios a raíz del alto perfil de la cuestión racial tras la muerte del afroestadounidense George Floyd en Minneapolis, y las protestas posteriores, han vuelto a poner el tema de sus posiciones hacia Cuba en el candelero. A diferencia de 2008 cuando la posición anti-sanciones estaba en un marasmo, la postura pro-diálogo con Cuba llega a 2020 con una estructura montada para cabildear por esa opción desde bases éticas, humanitarias, de intereses estratégicos y hasta económicos.
No se puede olvidar tampoco que de ganar Biden y halar en su cola a los demócratas en el Senado, es probable que el senador Robert Menéndez (demócrata de New Jersey) ocupe la presidencia del Comité de Relaciones Exteriores. Menéndez es quizás el último demócrata con una postura abiertamente pro-bloqueo, pero sus capacidades para obstruir desde una presidencia de comité senatorial no puede ser subestimada. Particularmente si un presidente Biden no considera a Cuba un tema tan importante como para quemar esa relación con el senador.
En resumen, es de esperar que hasta que en el Congreso,se produzca un choque definitorio sobre un tema clave, como la libertad de viajar, una administración de Biden apunte a políticas de intercambio, pero sin la intensidad y prioridad de los últimos dos años de Obama tras la apertura histórica de 17 de diciembre de 2014. También hay que apuntar que entre 2014-2017, Obama y Raúl Castro negociaron los temas menos complejos del conflicto. El tema de las nacionalizaciones y compensaciones, o las cuestiones de derechos humanos apenas se esbozaron. ¿Y la base de Guantánamo? Bien, gracias. Claro que barbaridades como abrir el Capítulo III de la ley Helms-Burton no es de esperar que continúen. Eso solo pudo esperarse de un Consejo de Seguridad Nacional con Bolton de director y Mauricio Claver Carone a cargo del portafolio hemisférico.
3. Bolton ya no estará en la Casa Blanca, y parece que Mauricio Claver Carone se irá también. ¿Podría provocar este cambio de personal un cambio de política?
Es posible que eso ocurra pero no es lo más probable. El despido de Bolton por lo menos no le hace ningún daño a la relación bilateral con Cuba, o de hecho a la política exterior de EE. UU. Era un mal funcionario (se le olvidó a quien habían elegido los estadounidenses) con terribles ideas sobre la relación estadounidense con el mundo. Su salida y la de Claver-Carone no han indicado un cambio de política. Hay suficientes partidarios de sus posturas en varios puestos claves en el Departamento de Estado (Carlos Trujillo, por ejemplo, como subsecretario de Asuntos Hemisféricos) y en el Congreso (senador Marco Rubio, republicano de Florida, entre otros).
Más aún, Trump está haciendo campaña en Florida abogando la misma hostilidad contra Cuba. Si algo ha disfrutado Trump en este primer término han sido sus choques con Europa y Canadá, a quienes ha insistido en “ubicarlos” como subordinados en la OTAN más que como aliados en el sentido del consenso estadounidense desde la administración Truman a la de Obama. Dicho esto, si el presidente no ajusta rumbo, es posible que en una circunstancia de debilidad, Europa empiece a usar sus “legislaciones antídotos” (medidas y normas de obstáculo, defensa y represalia contra los castigos e interferencias extraterritoriales que las sanciones secundarias encarnan), que exacerban los problemas con el mundo empresarial y financiero estadounidense creados por la pretensión “imperial” del senador Jesse Helms de dictarle al mundo una postura extremista contra Cuba en 1996.
Claver Carone es como un Sísifo que llevó la piedra hasta el tope de la montaña y ahora ha descubierto que a pesar de lograr todo lo que se propuso, el gobierno cubano sigue en pie y desafiante. Es difícil esperar que Bolton, Claver o Pompeo cuestionen sus premisas sobre Cuba o la política estadounidense óptima hacia la isla, pero se supone que alguien, un día, los interrogue. Si en la rama ejecutiva no hubiese un mínimo de análisis racional sobre los costos del bloqueo para Estados Unidos, no solo humanitarios sino también en términos comerciales y drenaje de capital político de cara a América Latina y sus propios aliados, es probable que un congreso en manos demócratas empiece a exigir explicaciones. El intento del congresista Bobby Rush (demócrata de Illinois) a inicios de agosto por cortar fondos para la implementación de las sanciones es apenas un anticipo. Con Trump, lográndolo todo, en cuanto a causar dolor, escasez y carestía al pueblo de Cuba, Claver-Carone y sus aliados no lograron frustrar una transición intergeneracional en el liderazgo cubano, y no causaron el más mínimo efecto en la misma.
En el caso de la campaña contra las misiones médicas cubanas, Estados Unidos ha cerrado filas con lo más rancio y reaccionario de la política latinoamericana, dañando hasta la credibilidad del sistema interamericano. Trump y Rubio han puesto hasta al secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, en la desfavorable posición de aparecer en Miami como activista radical anticastrista[2] en transmisiones de “influencers” en Youtube propias de tabloides, donde se discuten escenas orgiásticas, chismes y bretes, en un lenguaje e imágenes que escandalizarían a la autoridad federal de comunicaciones (FCC). Cuando Trump dice “salta”, Almagro pregunta: “¿dónde?”.
4. ¿Puede esperarse la eliminación o atenuación en el bloqueo petrolero a Cuba, después de pasado el calor de la campaña electoral?
La idea de interrumpir el flujo petrolero hacia Cuba por la fuerza o poniendo los tanqueros arbitrariamente en una lista negra es una medida extrema. No sólo es violatoria del derecho internacional, sino que representaría una escalada mayor, con consecuencias impredecibles. Trump, mal aconsejado por Bolton, llevó el unilateralismo e intervencionismo a niveles difíciles de superar.
Si gana el candidato demócrata Biden, es lógico esperar que su gobierno asuma una actitud más constructiva hacia la situación de Venezuela, por lo menos por dos razones:
a. No tiene la deuda de Trump con los sectores venezolanos y cubanos más comprometidos en el sur de Florida con el cambio de gobierno impuesto desde fuera, para los cuales todo el que no se les sume, incluyendo importantes grupos de oposición en Venezuela, como el último candidato opositor con más votos, Henry Falcón, son poco menos que chavistas dentro del clóset. Aquí habría que agregar que de celebrarse unas nuevas elecciones parlamentarias con participación de una parte importante de la oposición, Estados Unidos y particularmente varios países del Grupo de Lima tendrán la oportunidad de reconocer el resultado y moverse a una posición pro-diálogo, aunque no necesariamente pro-Maduro.
b. Los últimos años han demostrado que hay poco que ganar con aplicar a Venezuela la misma política de desconocimiento de sus realidades internas que se siguió contra Cuba por sesenta años.
Los consejos de Bolton[3] a Trump han empantanado y sacrificado a las vendettas de una clase irresponsable hoy refugiada en Miami, las posibilidades de entendimiento en el hemisferio, para las cuales la crisis venezolana es un agravante. Los millones de refugiados escapando de Venezuela, ante el deterioro económico, con responsabilidad primera del gobierno de Maduro, pero agudizado de modo importante por las sanciones estadounidenses, han complicado las situaciones ya críticas en otros países.
¿Que ha ganado Estados Unidos con ese aventurerismo irresponsable? Si algo demostró la historia del conflicto Cuba-Estados Unidos fue que poner a los líderes nacionalistas y revolucionarios del continente en la alternativa de aliarse a poderes alternativos a Estados Unidos o suicidarse solo ha hecho intratable los problemas complejos de las relaciones hemisféricas. En un mundo de ascenso chino, y regreso de Rusia a la región latinoamericana, cuando teóricos de las relaciones internacionales hablan incluso de una trampa de Tucídides , ¿no sería lógico que los Estados Unidos trabajarán constructivamente para evitar convertir a la región más cercana a sus fronteras en el campo de batalla que fue durante la crisis de los misiles, las dictaduras militares o las guerras centroamericanas?
c. La obsesión con derrocar a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua luce exactamente como lo que es, un olvido del contexto regional donde la inestabilidad política y la protesta social se extiende desde Honduras a Chile, desde Brasil a Ecuador. Mientras tanto, el crimen organizado, la pobreza, y el impacto desigual de la pandemia de COVID-19 galopa a sus anchas.
Estados Unidos puede tener opiniones discordantes con los esfuerzos internacionales cubanos de salud internacional, pero este tipo de internacionalismo es compatible con los pilares de un orden internacional liberal, incluso bajo liderazgo estadounidense. Desde una perspectiva global como la que Biden proclama, su gobierno puede criticar o sugerir una relación menos vertical y transparente entre el gobierno cubano y los doctores y personal de salud de sus brigadas médicas, pero dada la conciencia del equipo Biden sobre la necesidad de respuestas globales a los peligros de epidemias y desastres naturales, lo lógico es que tales críticas se canalicen en una forma constructiva. Y cooperando con Cuba, como hizo el gobierno de Obama ante la epidemia de cólera en África Occidental.
Las brigadas médicas cubanas han prestado servicio contra el COVID-19 en África, Asia, América Latina y la desarrollada Europa, elevando la aceptación de esta dimensión del poder suave cubano a niveles sin precedentes. En contraste, los gobiernos que por presiones estadounidenses o vocación ideológica expulsaron a los doctores cubanos de sus países (Brasil, Bolivia, y Ecuador) han mostrado un desempeño abismal. En ese contexto, la iniciativa legislativa (“Cut the profits for the Cuban regime Act”, o “la ley para cortar las ganancias del régimen cubano), presentada por los senadores republicanos por Florida, Rick Scott y Marco Rubio, además del senador republicano por Texas, Ted Cruz, para castigar a los países que han recibido médicos cubanos, es una aberración con efectos contraproducentes para cualquier discusión sobre derechos humanos.
Si gana Trump, no debe concluirse que el presidente continuará necesariamente su política de enfrentamiento total contra Caracas. Trump está avisado sobre los descalabros de la oposición venezolana, y es suspicaz contra las visiones que Bolton y Claver-Carone le vendieron sobre Guaidó. Habría que mirar también con interés si Steven Mnuchin continúa en la Secretaría del Tesoro. Mnuchin ha dado muestras múltiples que desde los intereses del empresariado estadounidense y Wall Street se mira con desgano y aprehensión el uso indiscriminado de sanciones. Es difícil imaginar a otro asesor de seguridad nacional diferente de Bolton, despertando a Trump, con lágrimas de alegría por “Venezuela libre”, a las siete de la mañana con la fantasía propia del doctor Pangloss de que los opositores Leopoldo López y el “presidente” Guaido habían tomado una base aérea en Caracas. Ese dia no concluyó feliz para Trump ni por supuesto para Bolton, a quien el presidente luego llamo “loco” e “incompetente”.
5. ¿Cuán importantes son los famosos ataques “sónicos” como obstáculos a la mejoría de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba? Hoy casi no se habla mucho de ellos, pero fueron la razón argumentada por Washington para reducir el personal diplomático en ambas capitales y estancar la situación migratoria y la cooperación acordada en el periodo Obama entre ambos países. ¿Cómo podría variar, según quien gane?
Cualquier daño causado al personal diplomático o sus misiones debe ser tomado con la mayor seriedad. Sin las debidas protecciones reguladas por la Convención de Viena de 1961, de la cual son partes Cuba y Estados Unidos, es imposible concebir una relación diplomática constructiva. Ambos estados, Cuba y Estados Unidos, tienen la obligación de proteger a los diplomáticos del otro país acreditado en el suyo. Se trata entonces de que los dos gobiernos cooperen para encontrar las causas y los responsables de cualquier ataque contra los diplomáticos, particularmente si se originó en terceros, ofreciendo las debidas garantías razonables que algo así no se repetirá.
A estas horas es difícil encontrar una opinión definitiva sobre lo ocurrido con los llamados “ataques sónicos”. Artículos publicados tanto en Cuba como dentro de la comunidad científica estadounidense apuntan a diferentes culpables o a la imposibilidad de que algo como un “ataque sónico” pudiese haber ocurrido en un lugar como el Hotel Capri de la Habana. El Departamento de Estado insiste en presentar evidencias de los daños a la salud de sus funcionarios acreditados en la Habana y en un consulado en China, mientras el gobierno cubano ampara la imposibilidad de las hipótesis planteadas y ha rechazado las denuncias como pretextos para paralizar la relación bilateral. El gobierno de Cuba incluso invitó al FBI a visitar el país e investigar, oferta que aceptó en varias ocasiones.
La solución de este diferendo depende en última instancia de la actitud del presidente electo hacia la relación en general. El tema del daño a la salud de los diplomáticos ha dejado huella y no debería subestimarse, pero puede ser manejado con voluntad y claras delimitaciones para el futuro. Ninguna de las dos diplomacias puede sentirse feliz con la ausencia de condiciones para desarrollar tareas imprescindibles a la consecución de sus objetivos de política exterior.
Las propias necesidades de la política migratoria estadounidense exige una reposición del personal consular y el procesamiento de visas en la Habana, no solo si se quiere mejorar las relaciones diplomáticas, sino para garantizar una emigración legal, segura y ordenada, un objetivo que parece ser bipartidista. Del lado cubano, las reformas económicas y la proyección hacia Estados Unidos demandan un aparato institucional capaz de gestionar la apuesta por una mejoría notable de los vínculos del pueblo y gobierno en la isla con la emigración, que se asienta en mayor medida en EE. UU.
Arturo López Levy, PhD, es profesor asistente de ciencias políticas y relaciones internacionales en la Universidad Holy Names en Oakland, California y Senior Research Fellow de COHA. Es co-autor del libro “Raul Castro and the new Cuba: A Close-up view of Change”. McFarland, 2012. Twitter: @turylevy
Editado por Patricio Zamorano, Co-Director de COHA y Editor Senior de Español
[Foto principal: Celebración del Día del Trabajador en La Habana, Cuba. Crédito: Nathalie Zamorano]
Notas de pie de página
[1] “The Mystery of the Havana Syndrome,”https://www.newyorker.com/magazine/2018/11/19/the-mystery-of-the-havana-syndrome
[2] “Programa Especial de Otaola con Luis Almagro (OEA) y John Barsa (USAID) (jue. 7 de mayo del 2020)”, https://www.youtube.com/watch?v=3Fh_snI22j4
[3] Para una reseña de las memorias de John Bolton y su impacto en la politica exterior del presidente Donald Trump, ver “Jonn Bolton y el presidente que lo contrato”, https://www.esglobal.org/john-bolton-y-el-presidente-que-lo-contrato