Para Obama, cuatro años más requieren una voluntad de examinar el sur
Trent Boltinghouse, Investigador Associado COHA-
El presidente Obama se enfrenta a la necesidad de enfocarse en América Latina durante su segundo mandato.
Para las 11.30 de la noche del 6 de noviembre, la mayoría de los noticieros ya habían declarado a Barack Obama ganador de las elecciones presidenciales. Con este anuncio, los estadounidenses por fin vieron el fin de una campaña presidencial que, en buena parte, eludió una verdadera discusión sobre el papel de los Estados Unidos en América Latina. De tal manera, la omisión de la región en la retórica durante la campaña presidencial puede interpretarse como una ejemplificación del enfoque laissez-faire impulsado durante el primer mandato de Obama. Resulta que el presidente evitó hacer mención de una política de gran alcance para la región latinoamericana durante los debates presidenciales. Como explicó COHA durante este otoño, “al intentar de ir más allá de la retórica imperialista puesta en marcha por las administraciones anteriores, la filosofía de no intervenir ha sido interpretada por los ciudadanos menos afortunados del continente como una expresión de indiferencia ante sus circunstancias.
No obstante, Obama, tendrá una segunda oportunidad para mejorar la relación entre los Estados Unidos y América Latina, con más posibilidades de tener un resultado positivo que la vaga propuesta de Romney. Puesto que Romney se adhería a una actitud agresiva y a un modelo económico afín a los neoliberales de los años noventa, Obama propuso alejarse de esa política, buscando una oportunidad para dejar atrás la imagen de ambivalente percibida por sus vecinos en el hemisferio.
La necesidad de una redefinición de Cuba
El método más realista para alcanzar una política idónea para América Latina, vendrá a través de un acercamiento más maduro e intelectualmente creíble con respecto a Cuba. El Presidente Raúl Castro ya expresó su voluntad en dejar a un lado las políticas extremistas, y adaptarse a los deseos de reforma de la ciudadanía. Gran muestra de ello ha sido la reforma migratoria que abre paso a la eliminación de los permisos de salida. Por esta razón, Obama deberá reconocer y responder cautelosamente al dicho precedente. Después de todo, el presidente estadounidense parece haber tomado un transcurso que va hacia a la misma dirección, al levantar las restricciones que impiden a los estadounidenses visitar la isla. Aunque es cierto que algunos grupos y organizaciones, como son los estudiantes universitarios ya disfrutan de una mayor libertad para viajar a Cuba, todavía hace falta más cambios en el futuro.
Estados Unidos debe inmediatamente invalidar el embargo comercial contra la nación cubana, que llevaba ya más de 50 años. Tal acción no sólo sorprendería al mundo pero dará una señal positiva a los líderes izquierdistas de toda la región que finalmente Washington está dispuesto a abandonar su política de vecindad con Latinoamérica, escasamente informada. De hecho, la política estadounidense hacia Cuba está basada en el puro McCarthyism de la Guerra Fría, y hoy en día constituye un blanco perfecto de burla entre los líderes de corte izquierdista del continente. Como un diplomático canadiense le explicó a COHA: “No es que estamos a favor del régimen de Castro, pero estamos convencidos de que podemos alcanzar un cambio a través de un enlace positivo en vez de un bloqueo.”
Si Washington pretende evitar un futuro desastroso que algo similar como en la última Cumbre de las Américas suceda, tendrá que reconocer la presencia y dar la bienvenida a Cuba en los foros regionales. Este verano, mientras los agentes del Servicio Secreto contrataban prostitutas colombianas, los presidentes Morales, Chávez, Correa, y otros miembros prometieron que no regresarían a la próxima cumbre organizada por la Organización de los Estados Americanos a menos que Cuba esté invitada.
Morales, Chávez, y otros presidentes de la izquierda suelen ser propensos al uso de hipérboles, pero en este caso Washington debería prestar más atención a sus advertencias. Si se le permite a la Habana participar en los foros regionales, Obama podría reafirmar a sus vecinos escépticos su nuevo compromiso hacia el hemisferio.
En el plano doméstico, Obama también ha mostrado señales positivas hacia las exigencias del electorado cambiante, el cual está conformado progresivamente por más ciudadanos hispanos y otras minorías. El decreto ley que firmó el presidente este junio, la cual impide las deportaciones de aquellos ciudadanos que respetan el estado de derecho y cuyo único delito ha sido llegar sin documentación, resulta una admisión del potencial intelectual y económico de su administración. De igual importancia, tal proclamación está su lucha entablada contra la más reciente manifestación del nativismo represivo que continúa enconándose en sectores conservadores del país.
Cuando se trata de su política en América Latina, resulta esencial recalcar que Obama no es de ninguna manera es una figura infalible, y que al examinar los cambios positivos de la relación imperfecta con la región. Aunque su mayor fallo ha sido su fracaso en cerrar la cárcel de Guantánamo, ubicada en la isla de Cuba. En una entrevista hace un mes con Jon Stewart del Daily Show, Obama reiteró que anhelaba resolver este asunto en el futuro, pero sugirió que la falta de compromiso en el Congreso fue la razón principal para explicar la inacción. Tomando en cuenta el significado simbólico de esta acción, la terminación de operaciones en Guantánamo enunciaría el esperado fin de la imagen de violencia y tortura que ya ha conseguido las dos últimas administraciones presidenciales.
Está claro que el electorado estadounidense ha elegido, a pesar de haya sido por un margen pequeño), extender el mandato de un líder que, desde su inauguración hasta hoy, ha minimizado el descontento del resto del hemisferio hacia los Estados Unidos––un logro per se. Sin embargo, Obama todavía no ha resuelto cómo se podría convertir tal logro en entusiasmo, ni cómo podría estrechar los lazos con la región con el fin de alcanzar a una relación cordial con estas naciones en el futuro próximo. Es probable que a corto plazo, tal sentimiento se estabilizará, debido a la ausencia de América Latina en el único debate sobre política exterior del mes pasado. Pero los presidentes estadounidenses, con mucha frecuencia, se enfocan en dejar un legado en asuntos de política exterior y, de cierto modo, parece garantizado que Obama no quiere que el suyo revuelva alrededor de edificios bombardeados en el Medio Oriente. Es por ello que el presidente debería acercarse a América Latina durante su segundo mandato, no sólo retóricamente, sino también a la hora de poner su visión en práctica. Sólo así los Estados Unidos podrá despojarse de las reminiscencias oxidadas de la Guerra Fría, que no hacen más que dificultar la alianza “prohemisférica” del siglo XXI.