Los escritores del Boom y el poder
Por: Juan E. De Castro, Senior Research Fellow para el Consejo de Asuntos Hemisféricos.
“Jamás ha tenido escritor alguno tanto poder como Mario Vargas Llosa. Una palabra suya puede hacer renunciar a un ministro”. Estas palabras, casi textuales, me fueron dichas hace poco por uno de los escritores peruanos más reconocidos dentro y fuera del país. Es difícil no estar de acuerdo. Vargas Llosa no sólo ha jugado un papel central en popularizar el librecambismo en Latinoamérica, sino que en más de una ocasión sus declaraciones públicas han evitado la amnistía del ex-presidente Alberto Fujimori y otros presos por violaciones a los derechos humanos.
La aseveración del escritor me ha hecho pensar en los autores latinoamericanos y su influencia política. Más precisamente en los novelistas del Boom y el poder. Y es que este miembros de grupo, en particular Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, también han dejado su marca más allá de la novela. Es que para los autores del Boom, la literatura siempre estuvo ligada a la política. Al fin y al cabo, su éxito crítico y comercial respondió en mucho a las pasiones generadas por la revolución cubana dentro y fuera de América Latina. Tanto la ética del Boom–que consideraba que un escritor tenía que jugar un papel político progresista–como su estética–que veía en la novela un instrumento para la investigación de la realidad social latinoamericana–deben ser vistas como imbricadas con la revolución cubana y las esperanzas políticas que ésta generó. Genio literario y visión política debían ir de la mano. La identidad del Boom como grupo estaba ligada a la defensa de la revolución cubana. Estos tres autores, y Julio Cortázar, el cuarto mosquetero del Boom, fueron partidarios activos de la revolución cubana.
Esta unanimidad se quebró con la encarcelación del poeta cubano Heberto Padilla en 1971. En realidad, el llamado “caso Padilla” había empezado en 1968 cuando su poemario Fuera del juego fue prohibido, a pesar de haber ganado el Premio Nacional de Poesía. Sin embargo, el asunto llegó a su momento más candente cuando, además de Padilla, su esposa Belkis Cuza Malé y sus colaboradores Manuel Díaz Martínez, César López, y Pablo Armando Fernández fueron detenidos. Sólo fueron liberados después de admitir públicamente sus supuestas actividades anti-revolucionarias. A pesar de que los cuatro maestros del Boom fueron críticos de las acciones del gobierno cubano, García Márquez y Cortázar eventualmente se reconciliaron con la revolución. Sin embargo, estos autores jamás renunciaron a su creencia en la responsabilidad política del escritor. Inclusive, se puede argüir que Fuentes, García Márquez, y Vargas Llosa representan tres momentos consecutivos en la historia de la influencia política de los escritores latinoamericanos dentro y fuera de la región.
Además de ser el motor principal del Boom, quien, además de poner en contacto entre si a los escritores de la región, los trajo a la atención de agentes y editores norteamericanos, Fuentes fue una personalidad internacional durante la década de los sesenta. Como nos recuerda Deborah Cohn, “Carlos Fuentes fue . . un embajador cultural de América Latina ante Occidente”.
Pero él también fue una poderosa voz política. Basta recordar que entre los que recibieron a Fidel Castro en La Habana un primero de enero de 1959, se encontraba el joven, pero dinámico y carismático Fuentes, ya autor de la La región más transparente (1958), la primera novela del Boom. Rápidamente Fuentes se convirtió en un aguijón en el costado de los círculos de poder norteamericanos: discutiendo en público con el embajador de los EEUU en México, Thomas Mann (sic), y siendo invitado a debatir a Richard N. Godwin, el sub-secretario de estado para asuntos inter-americanos del gobierno de Kennedy, en televisión. La sorpresiva cancelación del debate, debido a la negación de la visa de ingreso a los EEUU, lo convirtió, en palabras de Irene Rostagno, en un “mártir de la contracultura”. Su gran visibilidad en los medios norteamericanos—increíblemente la primera mención por The New York Times data de un discurso que el niño Fuentes dio en 1939—y su condición de celebridad contracultural creció cuando se le negó la entrada a Puerto Rico en 1969.
Aunque Fuentes nunca perdió su brillo, carisma o visibilidad, la publicación de Cien años de soledad no sólo revolucionó la “República mundial de las letras” y el mercado editorial, si no que también puso los ojos del mundo sobre su autor Gabriel García Márquez. Sin embargo, a diferencia de Fuentes o Vargas Llosa, la fidelidad del autor colombiano hacia el gobierno cubano no fue afectada por el “caso Padilla”. La creciente y pública amistad entre García Márquez y Fidel Castro incrementó la influencia política del novelista. Así, García Márquez consiguió el permiso para que Padilla pudiera emigrar a los EEUU en 1980. Además, se convirtió en amigo y consejero no-oficial del líder panameño Omar Torrijos durante y después de las negociaciones sobre el canal de Panamá. Ayudó a gestar el proceso de paz de Contadora, el cual, aunque fracasó en el corto plazo, fue la primera en la serie de negociaciones que llevaron a la pacificación de Centro América. También jugó un papel clave en los primeros acercamientos entre el gobierno colombiano y las guerrillas. Como si eso fuera poco, García Márquez, conjuntamente con los periodistas Roberto Pombo y María Elvira Samper, fundaron la revista Cambio, con el propósito de promover políticas progresistas.
Sin embargo, como Nicholas Birns y yo señalamos en un obituario publicado por COHA, “Una vez que la opinión mundial viró hacia la derecha en los 1980s, las reacciones hacia la cercanía entre García Márquez y Fidel se volvieron menos tolerantes. . . El que Mario Vargas Llosa, a pesar de ser el más célebre proponente latinoamericano del librecambismo, se haya convertido en ejemplo a seguir, sino, en mentor, de muchos de los escritores jóvenes, mientras que García Márquez se ha transformado en un clásico antes que en una influencia viva, es un síntoma de los cambios políticos que han tomado lugar en la región”. De hecho, el comienzo de la transformación de Vargas Llosa en activista e ícono neoliberal se debió al “caso Padilla”. Él fue el autor de la carta abierta a Fidel Castro firmada por muchas de las luminarias de la izquierda de los sesenta, incluyendo a Jean Paul Sartre, Ítalo Calvino, y Susan Sontag.
Vargas Llosa supo aprovechar la transición hacia la “gubernamentalidad”, o sea la difusión del poder a través de la sociedad, que se volvió evidente durante la década de los ochenta. Por ejemplo, él estuvo entre los fundadores del Instituto Libertad y Democracia. El éxito e influencia de Hernando de Soto, el economista estrella del instituto, y de su obra El otro sendero se deben al apoyo público de Vargas Llosa. En 2002, creó la Fundación Internacional para la Libertad, una institución dedicada a promover el libre mercado inspirada por The Heritage Foundation, The American Enterprise Institute y el Cato Institute.
Sin embargo, el uso que Vargas Llosa hace de la gubernamentalidad no implica el descuido de la política tradicional ni del gobierno como instrumento de poder. En mucho mayor grado que Fuentes o García Márquez, Vargas Llosa ha participado en la política. Inclusive, fue candidato a la presidencia del Perú en 1990, perdiendo por poco ante Alberto Fujimori. El hecho de que Fujimori pusiera en práctica una versión de las formulas neoliberales propuestas por el novelista y que, además, resultara ser un gobernante corrupto y brutal, ha ayudado a la adquisición de influencia política por Vargas Llosa. Si el aparente éxito económico de las políticas neoliberales ha dado al librecambismo de Vargas Llosa validez y un aire premonitorio, la venalidad de Fujimori y sus continúas violaciones a los derechos humanos han hecho que la candidatura del novelista parezca retrospectivamente como una oportunidad perdida.
Aunque Vargas Llosa no haya vuelto a participar directamente en la política electoral, ha apoyado públicamente a aquellos candidatos que mejor representan sus ideas políticas. No sorprende que la mayoría de éstos estén dentro del espectro liberal, como Alejandro Toledo en el Perú y Sebastián Piñera en Chile. Pero en ocasión ha apoyado a candidatos poco populares dentro de los círculos librecambistas, como Barack Obama en el 2008—su artículo publicado en El País fue utilizado por el candidato demócrata como parte de su publicidad dirigida a la comunidad latina—u Ollanta Humala en el 2011. Tampoco ha dudado en ejercer su considerable influencia para tratar de moldear las políticas gubernamentales. Por ejemplo, es sabido que Vargas Llosa ha jugado un papel central en el giro librecambista de Humala, a pesar de la cercanía hacia líderes populistas como Hugo Chávez o Evo Morales que el ahora presidente había demostrado anteriormente. Además, en el 2010, las críticas del premio Nobel hicieron que el presidente Alan García desistiera de su intento de liberar a Fujimori y otros presos por crímenes de lesa humanidad durante la lucha contra el grupo subversivo peruano Sendero Luminoso.
El “ascenso al poder” de Vargas Llosa está sin lugar a dudas vinculado con el giro neoliberal en la región que empezó en la década de los ochenta. Pero, también es el resultado de su creencia—compartida por sus compañeros del Boom—en la responsabilidad social del escritor y su inigualada habilidad de ponerla en práctica. Aunque ya no esté orientada hacia metas “izquierdistas”, la actividad política, tanto electoral como gubernamental, de Vargas Llosa debe ser vista como la más plena expresión del deseo manifestado del Boom por cambiar a Latinoamérica. El premio Nobel otorgado en el 2010 sólo cimentó la posición privilegiada de Vargas Llosa en la política de la región. A pesar de su gran energía y lucidez, su edad avanzada hace inevitable que uno se pregunte si algún escritor joven esté dispuesto o sea capaz de seguir su ejemplo y participar en la esfera política latinoamericana.
Juan E. De Castro es Senior Research Fellow en el Consejo de Asuntos Hemisféricos (COHA), y Profesor Asociado de Estudios Literarios en el Eugene Lang College, The New School for Liberal Arts, New York, USA. Ha escrito Mestizo Nations: Culture, Race, and Conformity in Latin American Literature (2002), The Spaces of Latin American Literature: Tradition, Globalization, and Cultural Production (2008), and Mario Vargas Llosa: Public Intellectual in Neoliberal Latin America (2011). Ha editado Critical Insights: Mario Vargas Llosa (2014); con Nicholas Birns, Vargas Llosa and Latin American Politics (2010); y con Birns y Will H. Corral, The Contemporary Spanish-American Novel: Bolaño and After (2013). Actualmente está escribiendo un libro sobre el marxista peruano José Carlos Mariátegui.
Imagen: Mario Vargas Llosa, Miami Book Fair International, 8 November 1985. Autor: MDCarchives – Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Mario_Vargas_Llosa_1985.jpg